En general, las sociedades patrimoniales están pensadas para separar los patrimonios de la actividad económica de los que no estén íntimamente relacionados con ésta. Así, los socios se aseguran de que parte de su negocio tribute a un porcentaje fijo y otra parte de forma variable, dependiendo de las ganancias. De esta manera, minimizan los riesgos, ya que al no estar afectos a actividades económicas, no podrían ser perjudicados por una mala gestión.
Otros motivos suelen ser: poder transferir el patrimonio familiar de manera más fácil y estructurada o pagar impuestos sobre Sociedades en vez del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, lo que implica ciertas reducciones, entre otras opciones.
Sin embargo, si la compañía cualifica como sociedad patrimonial a efectos fiscales, que no siempre es el caso, igual se debe contemplar que habrá varias exclusiones de incentivos fiscales. Estos serán sometidos a una aplicación más severa de las medidas de transparencia fiscal internacional y no podrán acogerse al régimen de entidades de tenencia de valores extranjeros, si procediese por su actividad.
En conclusión, una sociedad patrimonial suele merecer la pena sólo cuando se tenga bienes de mucho valor, como por ejemplo, empresarios o grupos familiares que posean numerosos y valiosos inmuebles. Esto, debido a que tributan un 25%, impuesto mucho más bajo que los que exige el IRPF hacia rentas altas provenientes de la gestión del patrimonio familiar o personal.
El crear una sociedad patrimonial puede ser un asunto bastante delicado donde se requiere efectuar, previamente, un estudio detallado de los efectos fiscales que se puedan derivar para evaluar si realmente merece la pena. Por ello, si estás pensando en hacer una sociedad patrimonial, te recomendamos contactarnos para asesorarte con nosotros; tenemos un servicio de gestión patrimonial que resolverá todas tus dudas.